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miércoles, 27 de octubre de 2010

"Yo Contra Mí" de Germán Dehesa...

Hace poco germán Dehesa perdió la batalla contra el cáncer, antes de lo pronosticado. Unos días antes hizo pública su condición en su columna “Gaceta del Ángel”.

Yo le conocí de cerca, en la radio, en donde éramos compañeros de trabajo ante los micrófonos de Radio RED. Después, decidió cambiar su dirección de empresa, pero siempre le seguíamos en sus diarias columnas periodísticas en las que, además de reflexionar sobre sus profundas críticas a la sociedad y en especial al sistema de gobierno, nos sacaba siempre una sonrisa.

De seguro muchos somos los que lamentamos su partida; pero para recordar a éste maravilloso escritor, aquí les comparto uno de sus artículos “Yo contra Mí”, publicado en la revista “Fractal”. Vale la pena tomarse unos minutos para leerlo. Y como es un artículo un poco largo… si desean cópienlo e imprímanlo para que lo disfruten con detenimiento… aquí les va:

Déjenme platicarles un poco de los tortuosos caminos que me han traído hasta aquí. Cuando me propusieron este ejercicio, en principio pensé que quien me hablaba era un bromista telefónico y, como tal, le respondí que por supuesto estaría dispuesto a un intenso pugilato conmigo mismo.

Aunque no lo crean me tiene en vilo el asunto: ya llevo varios años aprendiendo estratagemas para aliviarme de una timidez incurable.

Soy tímido de nacimiento. Parece que mi hijo heredó ese problema: también es muy refractario, aunque no lo someto a las torturas a las que yo sí fui sometido. A mí me obligaban o intentaban obligarme a recitar el poema a los niños héroes de Amado Nervo, delante de una bola de seres muy extraños: hombres viejísimos, como de cuarenta años, y mujeres con lunares peludos; me parecía que no merecían escuchar aquellos versos por mi boca.

En esas ocasiones, mi mamá me laceraba fuertemente diciendo que cómo era posible que si me los sabía no los recitara; yo le respondía que no me daba la gana y que me daba mucha pena pues seguro se me iban a olvidar.

Desde entonces empezó a fraguarse el acero. Prueba de ello es que aquí estoy avisándoles que sí, que soy como todos ustedes: un ser dual. Espero que no lleguemos a un diagnóstico de esquizofrenia severa, pero sí tengo esa condición de siempre estarme asomando a dos caminos.
Mi caso se acentúa por el hecho de ser hijo de un veracruzano alegrísimo, desmadroso, vital, con una capacidad para resolverlo todo en una broma, en un chiste, en una ocurrencia, en encontrarle siempre el lado luminoso aun en lo más siniestro, y militante del Partido Comunista Mexicano.

Por otro lado, estaba el carácter de mi madre, que era una señora decente y con una brutal propensión al aburrimiento, a la condición sufridora, dramática: casi daba las gracias por cada dolor nuevo que le venía.

Recuerdo aquí a Giovanni Guareschi, que creó a dos personajes memorables: a Don Camilo, que era cura, párroco de un pueblo italiano, y al alcalde, que era comunista, se llamaba Giusepe Bottazzi, aunque todo mudo le decía Pepón. Hagan de cuenta que en mi casa vivían Don Camilo y Pepón, nada más que Don Camilo era Doña Camila.

Si recuerdo bien el mundo de Guareschi, lo más conmovedor del libro, lo más divertido era que, a pesar de esos encuentros o desencuentros ideológicos, los dos personajes siempre encontraban una ruta para que lo humano los reuniera.

Supongo que por lo menos en tres ocasiones mis padres lograron encontrar ese camino: tuvieron tres hijos, uno de ellos con parálisis cerebral, el mayor; luego aparecí yo en el horizonte para gloria de este país, el primero de julio de 1944; y mi hermana, la menor, de quien ya hablaré.

Mi padre pidió que yo naciera en Veracruz puesto que mi espíritu era veracruzano, pero mi madre, dócil y cristiana, me nació en Tacubaya... y me pasó a fregar porque realmente ser de Veracruz es algo tres o cuatro veces heroico. Salvo el cine Ermita y un motel muy viejo que hay por ahí, Tacubaya no tiene mayores timbres de gloria ni de historia...

Nací cerca del Molino del Rey donde se perdió una batalla importante (casi es de rigor decirlo, es como un pleonasmo: si es una batalla en la que participaron los mexicanos, salvo la del 5 de mayo y la de Querétaro, todas las demás las perdimos). Por esos mismos lugares nació Guillermo Prieto, un viejo maravilloso; nada hay más deleitoso para un mexicano, o nada debería ser más deleitoso, que la lectura de Memorias de mis tiempos.
Ese libro es la historia del México del siglo XIX contada por su mejor cronista, por un protagonista privilegiado que estuvo en todo, que estuvo en las guerras, que estuvo en la paz, que estuvo en el periodismo, que estuvo en la dramaturgia y que publicaba los famosos San Lunes de Fidel, un resumen periodístico de lo que le había parecido la semana mexicana.

Nazco, decía yo, en Tacubaya, donde ahora está la UAM. En esa hermosa casa estaba la maternidad, tiene enfrente la embajada rusa, que era muy frecuentada por mi padre –la embajada rusa, la maternidad pues nada más esa vez fue a enterarse a ver qué le había salido. Le habían salido dos orejas, básicamente, y un pequeño ser adosado; debo confesarles que no ha cambiado mucho la configuración del hijo de mi querido y añorado Don Ángel Dehesa...
No se desesperen. Obviamente sí me voy a pelear yo contra mí. Existe el yo que está tomado de la mano de mi padre y el otro que no quisiera tomarse de la mano de mi madre, porque... porque no me encuentro, porque no siento que sea yo. Sin embargo, a pesar de no sentirme perteneciente, de alguna manera la mano de mi madre me influyó.

Recuerdo esas sesiones donde tenía que rezar para que se le quitara el hipo al papa; le venía hipo a Pío XII y teníamos que rezar el rosario en familia, y no el rosario común, sino el de quince misterios. Desde entonces no entendía porqué repitiendo unas palabras desde la ciudad de México, que quedaba a un chingo de distancia del Vaticano, a un señor que tenía hipo en Roma se le iba a quitar el hipo. Yo decía:

– ¿Y si le dan agua mamá, si aguanta la respiración un rato y nosotros aquí como imbéciles rezando el rosario?
– – ¡No!

Eso era lo de menos de esa manera que tenía mi madre de vivir la fe. Me acuerdo que antes de mis doce años no salíamos en Semana Santa. Simplemente no se podía salir, hasta que un día, previa consulta con su confesor, con el padre Domingo en la iglesia de San Antonio en la colonia Nápoles, nos dieron permiso de ir a Acapulco, siempre y cuando observáramos el Jueves y el Viernes. Nunca entendí muy bien: era cosa de sentarse como quien ve el paisaje, como quien ve La Quebrada, uno observa un día.

Total, que estábamos en Acapulco como estúpidos observando el día; finalmente, a las doce nos ganó la voluntad de ir al mar, nos fuimos a la playa. Empero, en punto de las tres de la tarde del Viernes Santo, con el Sol a plomo, mi madre nos hincó en el camellón de La Costera a rezar porque estaba muriendo Jesucristo.

Yo dije:
–¡Puta, fue hace un chingo! Digo, ¿realmente Jesucristo me lo va a tomar en cuenta, esto de que tantos años después, 1956 años después, yo me esté hincando en la costera de Acapulco con la bragueta llena de arena?

Como salía uno del mar, con un bolsón ahí... era espantoso, sin tomar en cuenta el Sol, la sal y otras cosas que traía uno. Mi mamá me cuestionó:

-¿Y lo que sufrió Cristo en la cruz?
-¿Pero yo qué culpa...? –Respondí inocentemente.
Hasta que no terminamos todas las oraciones no nos levantamos. Y mi mamá sabía muchísimas.

Hace no sé cuánto que no rezo el rosario, ni en familia, ni solo, ni nada y, sin embargo, en cuanto me descuido ya estoy con: “por estos Misterios Santos de Cristo, la nación mexicana, la unión y feliz gobierno, goce puerto el navegante...”

De niño me imaginaba los barcos en mitad de la tormenta y me decía: “Como estoy rezando, seguro va a encontrar el puerto el navegante.” Me daba como una especie de megalomanía porque podía decidir la suerte de los navegantes, de la unión y feliz gobierno de la nación mexicana, y hacía una lista como de súper, como de carta a Santa Claus. “Por estos Misterios Santos…” y luego venía lo de antes del parto, durante el parto y después del parto, pero cuando uno empezaba a querer pararse, eran unos manazos y unos coscorrones terribles.

Quisiera decirles que tengo un desgarramiento tremendo y que tuve una crisis de fe espantosa… pero que, pensándolo bien, no fue tan grave. En cuanto perdió mi mamá cierta autoridad sobre mí, no volví a pararme en una iglesia, con excepción de una vez que me paré para un matrimonio más o menos logrado.

Debo aceptar que eso realmente no es lo mío, aunque nunca he dejado ni de rezar, ni de creer en Dios, ni de platicar en las noches con Él.

Comentaba hoy en la mañana con mis alumnos y alumnas que no puedo ver a Dios como agente de colocaciones, o para pedirle que ganen los Pumas (tiene uno que estar loco para hacer esas mezclas de teología y futbol).

Todo esto lo digo para no entrarle a este tema del pugilato con uno mismo porque es muy arduo.

Les repito que sí, que soy un ser dual, que tengo esta parte muy sellada por una formación católica, sea o no practicante. Hay algo en nuestra mentalidad, en nuestra manera de entender la vida, en nuestro juicio sobre la existencia... Los católicos tenemos un lado sufridor: es nuestra madre que se asoma en cuanto puede.

Recuerdo mucho a mi madre haciéndome su numerito de:

-¡Ay, no sabes, mi pierna mala –porque mi mamá, pasada cierta edad, tenía una pierna mala-. No sabes lo que me ha dolido todo el día mi pierna mala...
-¡Chín! -decía yo.
-Pero tú te vas a ir a una fiesta, ¿verdad? Vete, vete tranquilo de veras. Yo gozo sabiendo que tú estás gozando. Nada más déjame el rosario cerca por favor y mis medicinas, porque si me viene una crisis… no creo, eh, no creo, pero por si me viniera déjalas ahí, total, si de veras me siento muy mal, no puedo ahorita apoyar el pie, me ruedo sobre el mosaico y pecho a tierra llego al teléfono… de alguna manera alcanzo el teléfono...

El resultado de tal exposición era que yo no iba a la fiesta y que la pinche vieja se cuajaba toda la noche. Ya no le dolía nada, ya no necesitaba nada, ni el rosario rezaba, le valía gorro todo.
Pero de pronto aparecía en mi vida mi papá diciéndome: “Vámonos a ver qué encontramos”. Empezábamos a caminar.
Me acuerdo que cuando paseábamos por Insurgentes y yo veía a esas mujeres recargadas en los árboles, con mucha pintura en la cara y con unas vestimentas muy extravagantes y llamativas, le preguntaba:

- Oye papá, ¿y esas señoras?
- Ay hijo, ¿qué no sabes?
- No papá.
- Son de la forestal, hijo, son policías forestales. Les encargan un árbol a cada una. Ellas tienen que cuidar su árbol y como está tan cerquita de la banqueta, por eso se visten así para llamar la atención, no las vayan a atropellar.

Era una explicación tan hermosa que hasta la fecha me conmueve, me dan ganas de bajarme a dar las gracias a las de la forestal porque están cuidando los árboles.

Entre esos dos mundo me movía yo: en un mundo del puro gozo, de la pura invención, del mundo siempre visto desde su ángulo más divertido, más chistoso, más llamativo, más fértil para la imaginación, el mundo jarocho de mi padre; y, por otro lado, el mundo michoacano, contrarreformista, feroz, de mi madre, un mundo que consideraba que sufrir era un mérito importantísimo pues estábamos en este valle de lágrimas para acumular, hagan de cuenta como puntos para viajar en avión, puntos para irse al Cielo.

También debo decirles que fui muy feliz en una escuela de gobierno.

Quería mucho a un maestro a quien se le ocurrió decirme:

-En esta escuela te vamos a echar a perder. Tú tienes capacidad para más. Te voy a conseguir una beca y voy a hablar con tus padres.

Rápidamente apareció mi madre en el horizonte para decir: “Este es el momento”. Y me metió con los hermanos maristas. Me dieron la beca... y la beca estaban por ley obligados a darla. Sin embargo, en cuanto sacaba siete en conducta, en todo el sonido del Instituto México se oía:
- Le recordamos al niño Germán Dehesa que no paga colegiatura sino que está becado en esta escuela y que por lo mismo debe...

Yo decía: “¡Puta madre!” Con los O'Farril por allá, los Cortina por allá, a los que les daban 25 pesos de domingo, cuando a mí me daban un peso… Había una asimetría, era como tratar un TLC Estados Unidos-México. Los Cortina tuvieron, primero, motoneta, luego motocicleta, luego automóvil y yo seguía tomando mi Popocatépetl/Colonia del Valle y anexas y disfrutando de la ciudad como loco.

Disfrutaba, sobretodo, ir con mi padre, tomar el Insurgentes/Bellas Artes en Georgia e Insurgentes y tardar treinta minutos en llegar a la Alameda, y pasar junto a una escultura y agarrarle las nalgas a la escultura. Me decía mi papá:

-Yo primero porque soy tu mayor. Tú me la vas a dejar muy sebosa.

-Y entonces le daba sus llegues.- Ahora vas tú. ¿Cómo es posible que un hijo mío no sepa ni agarrar un nalga? A ver, mira, te voy a enseñar cómo se ahueca la mano, cómo se le hace.

Esas enseñanzas son invaluables, esas sí sirven para la vida.

De esos dos mundos vengo yo. Y por eso soy una especie de animal dual, soy un centauro -en unas de esas voy a salir sirena o algo así: soy mitad carne mitad pescado, mitad caballo mitad ser humano. Todos lo somos porque traemos la carga genética del padre y la carga genética de la madre.

La única ventaja que tengo frente a la dualidad es que los dos eran diabéticos, los dos eran cardiópatas. Eso sí, cardiópata y diabético lo soy a pleno pulmón y en el cuerpo entero. Lo demás, lo que es el valor añadido, lo he tratado de averiguar por mi cuenta.

A mí me deslumbraba mucho mi padre, era bastante pobre y no le daba ninguna pena serlo; nos corrían cada seis meses de las casas donde estábamos; nos mudábamos y era una fiesta.

-Lo de menos sería quedarnos -decía-, pagar la renta al puerco capitalista, pero yo no quiero quitarte la oportunidad de que conozcas la ciudad.
Y mientras, mi madre sufría en silencio, es decir, con un estrépito que se oía a cinco kilómetros (porque cuando una mujer sufre en silencio se oye como a veinte cuadras a la redonda). Lloraba todo el trayecto que iba de la casa vieja a la casa nueva:

-Claro, ustedes se conforman con cambiarse, pero ¿quién pone la casa y quién acomoda los muebles y la chingada?

Total, acabábamos acomodándolo todo nosotros, porque a mi mamá le venía el dolor en la pierna mala...

Ése es mi mundo. Podría estar peleado conmigo mismo, pero vivo muy reconciliado. Cuando llegado el día falleció mi padre de la manera más tranquila, se acostó a dormir una siesta, se enderezó y le dijo a mi madre: “Te quiero comprar un vestido en Liverpool”.

Fueron sus famosas últimas palabras –por andar ofreciendo vestidos a las viejas, eso nunca hay que hacerlo. Se volvió a recostar un momento. Le dio una embolia fulminante, y murió.

Mí mamá –se supone que cuando uno hace edema pulmonar podemos librar uno, dos, quizá tres- hizo casi treinta edemas pulmonares y la pinche necia no se quería ir. Sólo se murió porque a mi hermana se le descompuso el coche. Mi hermana, una doctora muy afamada en el Seguro Social, en cuanto veía que mi mamá se empezaba a torcer, la trepaba al coche y se la llevaba al hospital, le ponían el ventilador y le hacían quién sabe qué y le pasaban suero.

Cuando yo llegaba vestido de negro y todo, ella salía radiante y, así, más o menos 30 veces. Pero una vez -y conste que no fui yo el que descargó la batería- no arrancó el coche. Mi mamá no alcanzó a llegar y se murió en el trayecto. Mi hermana se azotaba y yo le decía:

-Hermana, esto ya no era vida, agonías todos lo días, esto ya era un exceso.

Cuando fui a la funeraria –estuve cinco minutos en Gayosso, tan malnacido como soy, detesto ir a Gayosso, me encanta estar con los vivos, no sé qué le va uno a oler al muerto—, le llevé unas rosas y le dije:

-Madre, ahí quedamos, entiendo que lo que hiciste como siempre me lo decías: “Es por tu bien y esta cachetada que te voy a dar algún día me la agradecerás –todavía no ha llegado ese día— porque lo estoy haciendo por tu bien”… y me soltaba unas...

Por otro lado, no creo haberme dispensado de vivir por los libros, es decir, no es mi caso como el de algunos seres que han escogido leer, por miedo a vivir; hay otros que se meten a la vida por miedo a la belleza, por miedo al conocimiento. Yo he ido y venido… cosa que siempre tuvo muy nerviosos a mis maestros porque decían:

- Bueno, si éste sabe tantas cosas sobre Shakespeare o sobre Lope de Vega o sobre Sor Juana ¿por qué va al teatro Blanquita?, ¿qué va a buscar al teatro Blanquita o qué hace en el Tivoli oyendo Harapos?

A mí me gustaba oír Harapos y me gustaba leer a Shakespeare; me gustaba tener eso para lo que ni siquiera hay palabras en español, lo que se dice en inglés el street wise, la sabiduría de la calle. Me encantaba y me sigue encantando oír a la gente y ver qué se trae y oír sus argüendes, sus fabulaciones, sus mitos y sus historias.

Tengo que decir que si iba a la calle o iba a los libros, era para traer materiales para mi hermano mayor. Ahí empezó mi esquizofrenia. Yo le platicaba y me respondía, me respondía tratando de adivinar lo que él podía imaginar, de lo que yo le estaba contando. Por eso aprendí a dialogar, por eso me dicen: “Escríbete una escena”, y lo hago como si la tuviera ya en la cabeza. Me asusta que la gente no lo haga.

Adquirí dominio de la palabra, adquirí el dominio del diálogo, de hablar desde el otro preguntándome quién es el otro y qué quiere decir, imaginándomelo, suponiéndomelo. Aprendí también a mantener la tensión, porque mi hermano lo único que podía mover era una mano.

Empezaba la narración y me apretaba la mano; si me empezaba a poner pesadito o muy intenso, me empezaba a soltar, y cuando ya era una güeva perfecta, me soltaba la mano. Empecé a aprender en qué momento me iba a soltar la mano y cambiaba de tema o decía un albur o decía esto o decía aquello y volvía a sentir el apretón. Hasta las novelas le quedaban chicas.
Cuando mi hermano ya estaba muy metido, había que añadirle capítulos al mismo Salgari y resucitar al Corsario Negro. Hace 53 años que yo leía eso y aquí está en mi cabeza; recuerdo exactamente cómo comienza El Corsario Negro con esa escena en la que están recargados en la borda: “Y allá en el castillo de proa está el Corsario Negro con una nube de preocupación que cruza por su mente...” –a mí eso de la nube de preocupación que cruzaba por su mente se me hacía poca madre, en la escuela me recargaba a ver si me pasaba una nube de preocupación por la mente...

Pero fíjense lo que son las dualidades de esta vida, la maldición (como le decía mi madre) de la enfermedad de mi hermano me dio el dominio de la palabra, me dio la lectura, me dio el diálogo, me dio el manejo de las tensiones. No me cuesta ningún trabajo hablar en público porque sigo hablando con mi hermano y siento otra vez cuándo me van a soltar la mano, a qué hora hay que cambiar, a qué hora hay que pasar a otro tema.

Pero no es ninguna gracia: lo aprendí, lo entrené durante más de 20 años de mi vida. Cuando me dicen: “Escribe un artículo diario”, pues lo escribo, y me preguntan: “¿Y cómo le haces?” Respondo que sigo hablando con mi hermano. Mi columna se llama Gaceta del Ángel: mi hermano se llamaba Ángel Dehesa y era un enviado de Dios, me trajo todos esos dones y derramó oro sobre mi cabeza y me llevé tiempo en entenderlo.

Ahora me pregunto: ¿qué sería de mí sin esa terrible “maldición” que por los pecados de mi padre había caído sobre nuestra familia?
Cuando un médico me dijo: “Su mamá que piense lo que quiera, el problema de su hermano se llaman fórceps, para nacer le doblaron demasiado la cabeza, hubo un momento en que se quedó sin oxígeno el cerebro y ahí empezó todo el proceso de deterioro”.

Pues el castigo resultó un premio para mí, por lo menos, prodigioso.

Mi manera de estar en el mundo es un modo de agradecer la existencia de mi hermano. Para que vean que todo tiene en la economía de la vida un sentido.

No opto ni por literatura ni por la vida sino trato de ir y venir de la literatura a la vida, de hacerme mejor lector en la medida en que vivo mejor y vivo más, y de hacerme mejor vividor en la medida en que la lectura ilumina mi vida.

Sí hay disputa en mí, pero no muy fuerte. Si estoy leyendo un libro y me está fascinando y aparece mi hijo que quiere platicar conmigo, no me cuesta trabajo cerrar el libro y oírlo. Eso sí lo he tenido que aprender: con los hijos más grandes fingía demencia, ni los daba por escuchados.

Pero eso se aprende con los años. Ahora sí entiendo que esas intimaciones de la vida no las puede uno posponer.

Germán Dehesa, "Yo contra mí "

domingo, 29 de noviembre de 2009

El Capital de Carlos Marx

EL CAPITAL

SECCIÓN PRIMERA: MERCANCÍA Y MONEDA

Pocas obras en la historia de la humanidad han sido motivo de polémica permanente y traducidas a tantos idiomas por su impacto en la vida diaria del hombre. Es el Capital una de aquellas obras en las que tal vez, sin proponérselo, Carlos Marx dejó un legado de conocimientos empíricos unos, y científicos otros, que han sido interpretados repetidas veces durante más de un siglo y que hoy, ante el aparente fracaso del capitalismo como sistema económico, incapaz de solucionar los más elementales problemas de la humanidad, pareciera estar de regreso. Es tal la cantidad de obras impresas del Capital que a partir de 1.946 en el pasado siglo, el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú comenzó a registrar las variantes de las distintas ediciones originales de la obra y los trabajos materiales preparatorios, muchos de ellos aún inéditos, que le sirvieron de base con el fin de rescatar lo verdaderamente científico .

Es necesario advertir entonces, que las traducciones e interpretaciones filosóficas de Marx han estado impregnadas de ideologías y de apasionamientos extremos y por lo tanto en no pocos casos, las exageraciones e inexactitudes juegan papel definitivo en las diferentes versiones sobre el mismo tema. Es claro si, que las teorías expuestas en esta obra, profundizaron y aún mantienen la lucha de clases en torno a los elementos esenciales de la discusión, valga decir, la tierra, el trabajo y el capital. Aunque Carlos Marx fue quien más claramente demostró que el sobre trabajo no pagado del trabajador manual o intelectual constituye la plusvalía o los provechos del capital, sin embargo, ya otros economistas habían indicado vagamente el hecho. Así por ejemplo, dijo Ricardo: “el valor entero de los artículos del colono y del manufacturero se divide en dos porciones solas; una la constituyen los provechos del capital, mientras que la otra está consagrada en el salario de los obreros”. Si un fabricante da siempre sus mercancías por la misma suma de dinero, por 1.000 libras, por ejemplo, sus provechos dependerán del precio del trabajo necesario para su fabricación. Serán menores entonces, con salarios de 800 libras que con salarios de 600. A medida que los salarios se eleven, por simple lógica, los provechos disminuirán” .

Smith también dijo sobre el asunto: “En el estado primitivo que precede a la apropiación de las tierras y a la acumulación de los capitales, el producto entero del trabajo pertenece al obrero. No hay propietario ni dueño con quien deba repartir” (La Riqueza de la Naciones). Si este estado hubiera continuado, el salario o la recompensa natural del trabajo habría aumentado a medida que sus facultades productivas hubiesen adquirido todos los mejoramientos que engendra hoy la división del trabajo .

Say define al obrero como “el que alquila su capacidad industrial o vende su trabajo y por consiguiente, renuncia a sus provechos industriales por un salario” (Tratado de Economía política) . Por conveniencia metodológica y cronológica de este Seminario, por ahora nos dedicaremos a hablar con la mayor claridad posible de los asuntos tratados en los tres primeros capítulos de la sección primera: la mercancía y la moneda.

CAPÍTULO PRIMERO

LA MERCANCÍA: Es el objeto que en lugar de ser consumido por el productor, se destina al cambio o a la venta, es la forma elemental de la riqueza de las sociedades en que impera el régimen de producción capitalista. La mercancía es, en primer lugar, un objeto, una cosa que merced a sus propiedades satisface necesidades humanas del tipo que fueran. Así pues, el punto de partida de nuestra discusión debe ser el análisis de la mercancía.

Si consideramos dos objetos, por ejemplo una lámpara y una cantidad definida de sal, merced a sus cualidades particulares, cada uno de esos objetos son útiles al hombre que los requiere. Así entonces, para transformarse un objeto en mercancía, debe ser en primer término, una cosa útil que ayude a satisfacer necesidades humanas de cualquier especie. La utilidad de una cosa que depende de sus cualidades naturales y aparece en su uso o consumo, hace de ella un valor de uso. Destinado por quien lo forja a satisfacer las necesidades o las conveniencias de otros individuos, el productor lo entrega a la persona que le es útil, a quien desea usarlo, a cambio de otro objeto y por este acto se trueca en mercancía. La proporción variable en que las mercancías de especie diferente se cambian entre sí, constituye su valor de cambio. Esto nos lleva a determinar la verdadera substancia del valor. Para comprender mejor este concepto consideremos la relación de cambio entre dos mercancías: una lámpara de porcelana sencilla igual a cincuenta libras de sal. Esto quiere decir que en esos dos objetos distintos, lámpara y sal, hay algo en común. Este algo no puede ser una propiedad natural de las mercancías, ya que no se tienen en cuenta sus cualidades naturales sino en cuanto les dan una utilidad que las convierte en valores de uso. En su cambio - y esto es lo que caracteriza la relación de cambio- no se tiene en cuenta su utilidad respectiva y sólo se considera si se encuentran respectivamente en cantidad adecuada. Como valores de uso, las mercancías son, ante todo, de cualidad distinta, pero como valores de cambio, sólo pueden ser diferentes en cantidad. Si se prescinde de las propiedades naturales - del valor de uso de las mercancías - sólo les queda una cualidad: la de ser productos del trabajo.

En este sentido, puesto que en una cama, una casa, un bulto de sal, debemos hacer prescindir de la utilidad respectiva de tales objetos, de su forma útil particular, no tenemos para que preocuparnos del trabajo productivo especial del carpintero, del albañil, del minero, que les han dado esa forma particular. Abstrayendo así de esos trabajos su fisonomía propia, sólo nos queda su carácter común y desde ese momento todos quedan reducidos a un gasto de fuerza humana de trabajo, es decir, a un desgaste del organismo del hombre, si relación con la forma particular en que se ha gastado esa fuerza.

Resultantes de un gasto de fuerza humana en general, muestras del mismo trabajo indistinto, las mercancías revelan solamente que en su producción se ha gastado una fuerza de trabajo. Dicho de otro modo: que en ellas se ha acumulado trabajo. Las mercancías son valores en tanto que son materialización de ese trabajo, sin analizar su forma. Lo que se observa de común en la relación de cambio o en el valor de cambio de las mercancías es su valor, y de eso trataremos a continuación.

MAGNITUD DEL VALOR, TIEMPO DE TRABAJO SOCIALMENTE NECESARIO.

Del análisis anterior podemos ahora decir que la substancia del valor es el trabajo. La medida de la cantidad del valor es la cantidad de trabajo, que a su vez se mide por la duración, o sea por el tiempo del trabajo. El tiempo de trabajo que determina el valor de un producto es el tiempo socialmente necesario para producirlo, o mejor, el tiempo necesario, no en un caso particular, sino considerado como término medio, esto es, el tiempo que exige un trabajo ejecutado conforme el grado medio de habilidad y de intensidad y en las condiciones ordinarias con respecto al medio social convenido.

La magnitud del valor de una mercancía no sufriría alteración si el tiempo necesario para producirla continuara siendo el mismo; pero esta varía cada vez que se modifica la productividad del trabajo, es decir, con cada alteración que se introduce en la actividad de los procedimientos o de las condiciones exteriores en que se manifiesta la fuerza del trabajo. La productividad pues, del trabajo, depende entre otras cosas, de la habilidad media de los trabajadores, de la amplitud y eficacia de los medios de producir y de circunstancias exclusivamente naturales; por ejemplo, la misma cantidad de trabajo está representada en una lámpara de porcelana sencilla si las condiciones han sido favorables y en media lámpara en caso contrario.

Por regla general, si la productividad del trabajo aumenta, disminuyendo el tiempo necesario para la producción de un artículo, el valor de este artículo disminuye y recíprocamente, si la productividad disminuye, el valor aumenta. Más, cualesquiera que sean las variaciones de su productividad, el mismo trabajo crea siempre el mismo valor, funcionando durante igual tiempo, sólo que suministra en un tiempo determinado una cantidad mayor o menor de valores de uso u objetos útiles, según que aumente o disminuya su productividad.

Aunque gracias a un aumento de productividad se produzcan en el mismo tiempo dos vestidos en lugar de uno, cada vestido seguirá teniendo la misma utilidad que antes de duplicarse la producción; pero con los dos vestidos se pueden vestir dos hombres en lugar de uno; así pues, hay aumento de riqueza material. Sin embargo, el valor del conjunto de objetos útiles sigue siendo el mismo: dos vestidos hechos en el mismo tiempo que antes en hacer uno, no valen más de lo que anteriormente uno sólo.

Cualquier modificación en la productividad que haga más fecundo el trabajo, aumenta la cantidad de artículos que ese trabajo proporciona y por lo tanto la riqueza material, pero no modifica el valor de esta cantidad aumentada materialmente si continúa siendo idéntico el tiempo total de trabajo empleado en su fabricación.

Sabemos que la substancia del valor es el trabajo y también sabemos que su medida es la duración del trabajo. Una cosa puede ser valor de uso sin ser un valor; basta para ello que sea útil al hombre sin que provenga de su trabajo. Eso es lo que sucede con el aire, con los prados naturales y con la tierra virgen. Un valor de uso sólo tiene valor cuando se le acumula cierta cantidad de trabajo humano. Por ejemplo, el agua que corre en un río, aunque útil para muchas necesidades del hombre, carece sin embargo, de valor; mas si por medio de cántaros o tubos se transporta a un décimo piso, inmediatamente adquiere valor, pues para hacerla llegar se ha gastado cierta cantidad de fuerza humana.

Pero una cosa puede ser útil y producto del trabajo sin ser mercancía. Todo el que con su producto satisface sus propias necesidades, sólo crea un valor de uso por su propia cuenta. Para producir mercancías hay que producir valores de uso, con el designio de entregarlos al consumo general por medio del cambio. En concreto, ningún objeto puede convertirse en valor si no es útil. Un objeto inútil no crea valor porque se ha gastado inútilmente el trabajo que contiene.

CAPÍTULO SEGUNDO

DE LOS CAMBIOS- RELACIONES DE LOS POSEEDORES DE MERCANCÍAS: CONDICIONES DE ESAS RELACIONES: El trabajo del carpintero, del albañil, del minero, crean valor por su condición común de trabajo humano, pero forman una cama, una casa, una cantidad de sal. En suma, diversos valores de uso porque poseen cualidades diferentes. Cada clase de trabajo implica, por una parte, gasto físico de fuerza humana, siendo en este sentido de igual naturaleza y formando el valor de las mercancías y por otra parte, todo trabajo implica un gasto de fuerza humana en una u otra forma productiva, determinada por un fin particular y en este concepto de trabajo útil diferente, produce valores de uso o cosas útiles.

DOBLE CARÁCTER SOCIAL DEL TRABAJO PRIVADO: Al conjunto de todos los objetos útiles requeridos por la variedad de las necesidades humanas, corresponde un conjunto de obras o trabajos igualmente variados. Para satisfacer las diversas necesidades del hombre, el trabajo, pues, se presenta bajo distintas formas útiles y de ahí resultan innumerables industrias.

Aunque ejecutadas independientemente y si relación ostensible – según la voluntad y designio particular de sus productores- las diversa especialidades de trabajos útiles se manifiestan como partes – que se complementan mutuamente- del trabajo general destinado a satisfacer la suma de necesidades sociales. Cada uno de los oficios individuales, que corresponde a lo sumo a una orden de necesidades y cuya variedad indispensable no resulta de ningún convenio previo, forman en su totalidad los eslabones del sistema social de la división del trabajo, que se adaptan a la diversidad infinita de las necesidades.

De esta manera, trabajando los hombres unos para otros, sus obras privadas revisten, por esa sola razón, un carácter social; pero tales obras también tienen un carácter social por su semejanza en concepto de trabajo humano en general, apareciendo la semejanza nada más que en el cambio, es decir, en una relación social que los coloca frente a frente y en una base de equivalencia, a pesar de su diferencia natural.

REDUCCIÓN DE TODA CLASE DE TRABAJO A CIERTA CANTIDAD DE TRABAJO SIMPLE. Las múltiples transformaciones de la materia natural y su adaptación a las distintas necesidades humanas, que constituyen toda la tarea del hombre, son más o menos complicadas. Más cuando hablamos del trabajo humano desde el punto de vista del valor, sólo consideramos el trabajo simple, es decir, el gasto de la simple fuerza que cualquier hombre sin educación especial posee en su organismo. Es verdad que el término medio del trabajo simple varía según los países y las épocas, pero siempre se encuentra determinado en una sociedad dada, es decir, en cada sociedad. El trabajo superior no es otra cosa que trabajo simple multiplicado, pudiendo reducirse siempre a una cantidad mayor de trabajo simple; por ejemplo, un día o jornada de trabajo superior o complicado puede equivaler a dos días o jornadas de trabajo simple .

La experiencia enseña que esta reducción de cualquier trabajo a determinada cantidad de una sola especie de trabajo, se hace todos los días y en todas partes. Las mercancías más diversas encuentran su expresión uniforme en la moneda, es decir, en una cantidad determinada de oro o plata. Por eso sólo los diferentes géneros de trabajo, cuyo producto son las mercancías –y por complicados que ellos sean- se van a reducir a una proporción dada al producto de un trabajo único: el que suministra el oro o la plata. Cada género de trabajo solamente representa una cantidad de este último.

CAPÍTULO TERCERO

LA MONEDA O LA CIRCULACIÓN DE LAS MERCANCÍAS: Las mercancías lo son por ser al mismo tiempo objetos de utilidad y un porta-valor. Así pues, sólo pueden ingresar en la circulación si se presentan bajo doble forma: la suya natural y la del valor. Considerada una mercancía aisladamente como objeto de valor, no puede apreciarse. En vano diremos que la mercancía es un trabajo humano materializado, pues la reduciremos a la abstracción valor sin que la más tenue partícula de materia constituya este valor. En ambos casos, sólo tendrá una forma palpable: su forma natural de objeto útil.

Si se recuerda que en el concepto de valores la realidad de las mercancías consiste en que son la expresión múltiple de la misma unidad social, es decir, del trabajo humano, será evidente que esa realidad puramente social sólo puede manifestarse en las transferencias sociales. El carácter de valor se manifiesta en las relaciones de las mercancías entre sí y sólo en esas relaciones. Como valores, los productos del trabajo revelan en el cambio una existencia social bajo idéntica forma, distinta de su existencia material y bajo formas diversas, como objetos de utilidad. Una mercancía expresa su valor por la circunstancia de poder cambiarse por otra. Dicho de otra manera, por el hecho de presentarse como valor de cambio y sólo de ese modo.

Si el valor se revela en la relación de cambio, este no engendra valor. Al contrario, el valor de la mercancía es el que regula sus relaciones de cambio y determina sus relaciones con los demás. Esto se comprenderá mejor con una comparación: Un bulto de sal es pesado aunque su aspecto no lo indique y menos aún especifique su real peso. Consideremos varias láminas de cobre de peso ya conocido. La forma material del cobre como la de la sal, tampoco es por sí misma una indicación de su propio peso; las láminas de cobre puestas en relación con el bulto de sal, nos darán a conocer el peso de este último. Así pues, la magnitud de su peso, que no aparecía considerado, el bulto de sal aisladamente, se revela al ponerlo en relación con el cobre: Pero la relación de peso entre el cobre y la sal no es la causa de la existencia del peso de la sal. Al contrario, ese peso es el que establece la relación.

De otro lado, la del cobre con la sal es posible porque los dos, aunque sean diferentes por su uso, tienen una propiedad común: el peso. En esa relación, el cobre sólo se considera como un cuerpo que representa peso. Se prescinde así de sus demás propiedades y sirve únicamente como medida de peso. Análogamente, al expresar un valor cualquiera –por ejemplo, quince metros de lino valen un traje- la segunda mercancía sólo representa valor. La utilidad particular del traje no se tiene en cuenta en este caso y sólo sirve como medida de valor del lino. Pero ahí concluye la semejanza. En la expresión del peso del bulto de sal, el cobre representa una cualidad común a ambos cuerpos, pero es una cualidad natural: su peso. En la expresión de valor del lino con el traje, este representa fijamente una cualidad común a los dos objetos, pero ya no es una cualidad natural sino de origen social: su valor .

La mercancía que tiene un doble aspecto -objeto de utilidad y valor- no aparece tal como es, sino cuando se deja de considerarla aisladamente, cuando por su relación con otra mercancía, por la posibilidad de ser cambiada, adquiere su valor una forma apreciable: la de valor de cambio, distinta de su forma natural. No pudiendo las mercancías ir por sí solas al mercado ni cambiarse entre sí, para ponerlas en contacto sus poseedores, tienen que establecer a su vez, mutuas relaciones, de modo que cada quien se apropia la mercancía ajena entregando la propia, por medio de un acto voluntario común. Esta relación jurídica es el contrato mediante el cual las dos personas existen como representantes de las mercancías .

FORMA DE VALOR: En concepto de valores, todas las mercancías son expresivas de la misma unidad –trabajo humano- y pueden reemplazarse mutuamente. Por consiguiente, una mercancía puede cambiarse por otra mercancía. En realidad hay imposibilidad de cambio inmediato entre las mercancías. Una sola de ellas reviste la forma apta del cambio inmediato con todas las demás. Bien sabido es que las mercancías poseen una forma especial de valor: la forma moneda, que tiene su fundamento en la simple forma de la relación de cambio . Se puede decir entonces: quince metros de lino valen un traje, o cincuenta libras de sal valen veinte libras de cobre. Con arreglo a esta fórmula, cualquier mercancía se cambia por otra mercancía diferente de cualquier clase que sea. Así ocurre en los cambios aislados, en que una sola mercancía expresa accidentalmente su valor en otra mercancía también sola.

Hasta ahora no hay más que una mercancía que exprese su valor, primeramente en otra mercancía y luego en otras. Cada mercancía tiene que buscar su forma o sus formas de valor, pues no existe una forma de valor común a todas las mercancías. En la fórmula anterior se dijo que quince metros de lino valen un traje, o cincuenta libras de sal valen veinte libras de cobre. No cambiando la mercancía cuyo valor se quiere expresar –que es el lino- varían las que expresan su valor; ahora un traje, luego la sal, después el cobre. La misma mercancía –el lino- puede tener tantas representaciones de su valor cuantas sean las diferentes mercancías. Y por el contrario, si quisiéramos que una sola representación reflejase el valor de todas las mercancías, tendríamos que invertir nuestro ejemplo de este modo: un traje vale quince metros de lino; veinte libras de cobre valen quince metros de lino; un bulto de sal vale quince metros de lino. Esta fórmula que es a la anterior pero invertida, la cual era a su vez el desarrollo de la forma simple de la relación de cambio, nos da, últimamente una expresión uniforme de valor para el conjunto de las mercancías. Todas ellas tienen ya una medida común del valor –el lino- que siendo susceptible de cambio inmediato con ellas, es para todas las formas de existencia de su valor.

Desde el punto de vista del valor, las mercancías son cosas puramente sociales y por lo tanto, su forma valor debe revestir una forma de validez social. Y la forma valor sólo ha adquirido consistencia desde el punto de vista en que se ha unido a un género especial de mercancías, es decir, a un objeto único universalmente aceptado. En principio, este objeto único forma oficial de los valores, podía ser una mercancía cualquiera pero la especial con cuya forma propia se ha confundido paulatinamente el valor, es el oro. Si se substituye de nuestra fórmula el lino por el oro, se obtendrá que la nueva forma de valor es: todas las mercancías se reducen a cierta cantidad de oro.

Antes de conquistar históricamente este monopolio social de forma del valor, el oro también era una mercancía como todas las demás y solo porque representaba previamente el papel de mercancía al lado de otras, hoy actúa como moneda frente a las demás. Como cualquier mercancía, el oro se presentó primero accidentalmente en cambios aislados y poco a poco funcionó después y en una esfera más o menos limitada, como medida general del valor. Ahora los cambios de productos se realizan exclusivamente por mediación suya. La forma moneda del valor aparece hoy como su forma natural. Al decir que la sal, el cobre, el traje se refieren al lino como a la medida de valor, como a la encarnación general del trabajo humano, salta inmediatamente a la vista lo peregrino de la proposición; mas, cuando los productores de esas mercancías las refieren al oro o a la plata, en lugar de al lino, lo cual en el fondo, es lo mismo, la proposición deja de sorprenderles. No parece que una mercancía se haya convertido en moneda porque las demás expresen en ella su valor, sino al contrario, que las mercancías expresan en ella su valor, porque es moneda. Esto nos lleva a la conclusión que “sólo cuando son útiles las mercancías, pueden presentarse como valores antes de manifestar su utilidad” .

MEDIDA DE LOS VALORES- LA FORMA DE PRECIO: La primera función del oro consiste en suministrar al conjunto de las mercancías, la materia en que expresan sus valores como productos de cualidad igual y comparables, por consiguiente, en el concepto de cantidad. Así es como desempeña el papel de medida universal de los valores. Pero no es el oro convertido en moneda lo que hace a las mercancías conmensurables sino al contrario, porque estas son conmensurables –siendo de igual cualidad en concepto de valores y fuerza materializada de trabajo- , pueden hallar juntas su magnitud de valor en una mercancía convertida en medida común. Esta medida de los valores, merced a la moneda, sólo es la forma que debe revestir necesariamente su medida efectiva, que será en todo caso el tiempo y el trabajo .

CONCLUSIÓN

DEL CAPITAL AL NEOLIBERALISMO: Todo el discurso filosófico relacionado con el capital y su incidencia en la vida del hombre por ahora ha sido superado por nuevas tendencias y teorías que amparadas por conceptos de la política –como por ejemplo, democracia y libertad- se abrieron paso en el mundo de la competencia y generaron la mayor desigualdad económica que seguramente Marx nunca imaginó. Hoy, la economía se rige por los principios de eficiencia, eficacia y libre mercado, entre otros. La eficiencia de manera fría, está relacionada con la oferta de bienes y la eficacia, con la demanda de productos que están siendo requeridos .

El único poder capaz de obtener a todos los demás, es el económico y en tal virtud todos los conceptos humanistas se encuentran congelados por no adaptarse a las conveniencias del sistema imperante cuyo único fin es la acumulación lujuriosa, alejada de la solidaridad. ¿Es posible entonces que el mundo esté necesitando el regreso de Marx?

Acerca del autor:

De: José Luis Cadena Montenegro
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
SEMINARIO MONOGRÁFICO DE FILOSOFÍA POLÍTICA

MARX HOY

Doctorante: JOSÉ LUIS CADENA MONTENEGRO,M.Sc.
jlcadenam@yahoo.com
CATEDRÁTICO: Doctor Cesáreo Morales
México D.F. noviembre de 2004.

Fuente: de Articuloz.com

jueves, 12 de noviembre de 2009

Explora Tu Arte A Través De Las Pinturas

El punto a referirnos son las Pinturas y sus diversos estilos. La pintura al óleo es la técnica más utilizada tanto por profesionales como principiantes, pero ¿cuales son las razones de este favoritismo? Principalmente porque es el estilo que más variedad de colores permite obtener, además de ofrecer los mejores resultados. Los otros estilos también ofrecen muchas variedades entre los cuales se encuentran las temperas o acuarelas, el temple, el pastel y los acrílicos. Se puede decir que cada artista tiene mayor inclinación por algún tipo de estilo y según las encuestas, las que mayor acogida tienen son las Pinturas al óleo.

Las Pinturas al óleo se obtienen de la conformación de finos pigmentos (color) con el aceite. Gracias al óleo los colores generan una mayor brillantez y además pueden ser utilizados sobre diversas superficies, ventaja que otros estilos no poseen. El lienzo o tela es la superficie por excelencia usada desde siglos pasados. En la actualidad, los óleos que más se utilizan son los de linaza o de nuez. Tiempo atrás, eran los mismos pintores los encargados de combinar sus propios colores, cosa que hoy ha cambiado porque se pueden encontrar tubos de pintura de todos los colores.


Todo pintor de óleo necesita, además del bastidor o tela en donde se trabaje, de los siguientes implementos para desarrollar un trabajo de calidad:



  • Un buen pincel

  • un trapo

  • una paleta en la cual mezclar los colores

  • y el popular aceite de linaza para limpiar el pincel.

Muchas personas no le prestan mucha importancia al ambiente de trabajo, cosa que debería cambiar porque un buen espacio iluminado es la mejor opción para crear Pinturas. Las técnicas de las Pinturas al óleo se aprenden con la continua práctica como cualquier tipo de actividad. Recuerde que las herramientas de calidad garantizan un mejor desarrollo. En los artículos de arte de Sara Martínez encontrarás útiles consejos sobre este tema. Los Cuadros al óleo son verdaderas obras de arte cuando se realizan con esmero y dedicación.

 
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